Cómo una monja del siglo 16 me guía en la vida religiosa

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COMO MONJA del siglo 21 que cumple su ministerio en el mundo digital, trato de mantenerme al día con las más recientes tecnologías, para poder dar el mejor servicio a la gente que visita mi blog, ANunsLife.org. Pero cuando se trata de vivir la vida religiosa, soy de la vieja escuela. Una de mis más grandes mentoras es Santa Teresa de Ávila, una monja Carmelita del siglo 16, de un pueblito de España. Teresa es más conocida por sus escritos sobre la oración y por haber reformado la orden de las Carmelitas. Hoy es venerada como una gran santa y Doctora de la Iglesia.

Conexión personal con Teresa

Mi primer encuentro con Teresa fue en la escuela primaria, cuando necesitaba tomar el nombre de una santa para mi Confirmación. Teresa me pareció un nombre tan bueno como cualquier otro. Elegí su nombre y luego casi la olvidé por completo.

Pero Teresa no se olvidó de mí. A través de los años permaneció conmigo, esperando, parecía, que yo la visitara en su celda del convento para conversar un rato.

Ese día llegó una mañana de otoño en una clase de teología de postgrado, en que conocí los escritos de Teresa. Me gustó mucho inmediatamente. Ella escribió sobre cosas comunes de todos los días y sobre profundas verdades teológicas. Descubrí que Teresa era una mujer sabia, de quien yo podía aprender mucho acerca de la vida espiritual. En ese momento yo no tenía idea de lo importante que sería ella para mí en los meses y años futuros, cuando mi mundo se volteó del revés por la posibilidad de que quizás, sólo quizás, Dios me estaba llamando.

Primero leí los clásicos de Teresa, El Castillo Interior (Las Moradas) y Camino de Perfección, porque necesitaba escribir un documento para una clase. Pero pronto empecé a darme cuenta de que las palabras de Teresa no sólo estaban allí para que yo las estudiara. Sentí una conexión personal. A través de su escritura ella estaba viva para mí. Me dio revelaciones, no sólo acerca de la fe Católica que compartimos, sino también sobre mí misma y cómo estaba yo viviendo el evangelio.

Más avanzados mis estudios, cuando empecé a considerar la vida religiosa, regresé a Teresa. No quería estudiar sus obras, sino ver cómo era ella como monja. Me preguntaba si ella había tenido algunas de las preguntas que yo tenía ahora. ¿Sabía con certeza que Dios la estaba llamando a la vida religiosa? ¿Se resistió, dudó o entró en pánico ante la idea? Con la esperanza de vislumbrar cómo se dio cuenta del llamado de Dios, recurrí a su trabajo más autobiográfico, El Libro de la Vida.

Hacer algo grande para Dios

Una de las primeras menciones de Teresa de querer dar su vida a Dios se encuentra en una historia de su infancia. Teresa, a la tierna edad de siete años, se sintió inspirada para hacer algo grande para Dios. No estamos hablando de hacer cruces con pinzas para la ropa. Teresa decidió que ella y su hermano debían hacerse mártires, porque ese era el camino más rápido hacia el cielo.

Así que salieron en busca de no creyentes, para poder “rogarles, por el amor de Dios, que nos corten las cabezas”. Pero apenas habían comenzado los niños su viaje, un tío los sorprendió y los devolvió inmediatamente a su madre. Teresa renunció a su sueño de martirio, concluyendo que “tener padres nos parecía el mayor obstáculo”.

Ella se resignó a una niñez común. Sin embargo, se aferró al deseo, a pesar de ser inocente y expresado sin madurez, de hacer algo grande para Dios. Encontró consuelo en simular que era una monja: “Cuando jugaba con otras niñas me divertía cuando fingíamos que éramos monjas en un monasterio, y me parecía que yo deseaba serlo, aunque no tanto como deseaba [convertirme en mártir o ermitaña]”.

Este episodio de la vida de Teresa refleja la dificultad de sentirse llamada a algo, pero no saber exactamente a qué. Cuando yo me sentí llamada pensé que tal vez significaba unirme al Cuerpo de Voluntarios Jesuitas (Jesuit Volunteer Corps) o dedicarme al matrimonio y a criar una familia. Como no estaba convencida de que la vida religiosa era para mí, probé muchas alternativas. Pero sin importar lo buenas que fueran, o cuánto me atraían, no parecían adecuadas. 

No es lo mismo que monjas reales

Así como Teresa tenía nociones románticas acerca de lo que significaba ser mártir o monja en el siglo 16, yo también tenía algunas ideas equivocadas sobre la vida religiosa en este siglo. Mis ideas provenían de una cantidad de fuentes; las experiencias reales con monjas como adulta no eran una de ellas. Se me ocurrió que no había considerado la vida religiosa antes porque no sabía de qué se trataba. Mi falta de información confiable me dejaba con una comprensión superficial de la vida religiosa y de las mujeres y hombres que vivían en ella.

La vida de Teresa muestra la importancia de la experiencia directa con gente que está en la vida religiosa. Cuando Teresa tenía 12 años, su madre murió y ella fue criada por su padre y su hermana mayor. Cuando su hermana dejó la casa para casarse, el padre de Teresa decidió enviarla a una escuela convento, para ser educada por las monjas y vivir con ellas. Teresa escribió acerca de su descontento inicial con este arreglo, sobre todo porque temía que las monjas supieran que ella no siempre vivía una vida ejemplar. Sin embargo, en pocos días su infelicidad cedió el paso a la paz y empezó a sentirse en su casa.

“Mi alma,” escribió, “empezó a regresar a los buenos hábitos de la temprana niñez, y vi el gran favor que otorga Dios a cualquiera que se encuentra con buenos compañeros.” Mientras vivía con las monjas, Teresa encontró a una que se convirtió en su mentora y amiga. Esta monja le hablaba a Teresa sobre las cosas de Dios y hasta compartía con Teresa su propio camino hacia la vida religiosa. Esta experiencia personal llevó a Teresa a liberarse “del antagonismo que sentía fuertemente en mi interior en cuanto a hacerme monja”. Todavía, dice Teresa, “Yo no tenía ningún deseo de ser monja, y le pedía a Dios que no me diese esta vocación.”

A todo lo largo de mi discernimiento acerca de la vida religiosa, me reconfortaban mucho las palabras de Teresa. ¿Cuántas veces recé para que esta vocación se apartase de mí? Y aún entonces me sentía tan atraída a esa vida como pánico me daba. Lo que me mantuvo fueron las hermanas Servants of the Immaculate Heart of Mary que me rodeaban y me alentaban y que, a través de sus vidas, me mostraron el gran regalo y aventura de la vida religiosa. Si yo no hubiera tenido una experiencia directa con monjas, quizás nunca hubiera estado abierta a la posibilidad de la vida religiosa.

Un acto de fe

Teresa pasó un año y medio viviendo con las monjas. Aún así, se resistía a hacerse monja. Aunque era obvio que se sentía atraída a la vida, ella necesitaba tiempo para acostumbrarse a la posibilidad del llamado de Dios. Como a Teresa, a nosotros se nos presenta frecuentemente el mismo desafío de imaginar nuestra vida de forma creativa. Ella dice poco acerca de cómo o siquiera si llegó a resolver sus preguntas, pero sí sabemos que ella decidió hacerse monja de todos modos. Pudo dejar de lado sus dudas y temores y responder al llamado de Dios.

Esta decisión de hacerse monja, sin embargo, no significó que la vida de Teresa fue fácil una vez que ella la tomó. Explicar su llamado a su familia y amigos probó ser un desafío. Su padre la amaba tanto que no podía imaginar permitirle partir al convento hasta después de su muerte. Nada que Teresa dijera o hiciera podía hacer que cambiase de idea.

Pero ella deseaba mantenerse fiel a su llamado de Dios. Ella se conocía suficientemente para darse cuenta de que si no seguía el llamado de Dios en ese momento, tal vez no lo hiciera nunca. Entonces, una mañana temprano Teresa dejó en silencio la casa de su padre y partió al convento: “Recuerdo, clara y realmente, que cuando dejé la casa de mi padre sentí esa separación tan vívidamente que el sentimiento no va a ser más grande, creo, cuando muera. Porque parecía que se estaba separando cada hueso de mi cuerpo”.

El dolor sobre el que Teresa escribía aquí es real. Ya sea familia o amigos, carreras o posesiones a las que queremos aferrarnos, el llamado de Dios lo abarca todo, es universal. Es un llamado a estar abierto al cambio radical en nuestras vidas. Eso es lo que Dios pide de nosotros.

Llena de un nuevo gozo

Teresa ingresó al Monasterio Carmelita de la Encarnación en 1533, tomó los hábitos, y finalmente profesó votos solemnes como monja Carmelita. Su lucha inicial dio paso a una alegría permanente: “[Dios] me dio una felicidad tan grande al estar dedicada a la vida religiosa, que nunca me abandonó hasta hoy, y Dios convirtió la aridez que sentía mi alma en la ternura más grande. Todas las cosas de la vida religiosa me encantaban, y… sentí una nueva dicha que me sobrecogió”.

Cuando recién empezaba a considerar la vida religiosa, nunca hubiera imaginado que sentiría esta “nueva dicha” de la que Teresa escribía. Pero la experiencia de responder al llamado de Dios y finalmente profesar mis votos como hermana I.H.M. fue una alegría que nunca antes había sentido. Me sentí como una persona nueva, y sin embargo más yo misma que nunca. 

Confiar siempre en Dios

A lo largo de todo el camino, tener a Teresa a mi lado me ayudó. Hoy es todavía una gran compañía. A veces recurro a sus escritos para buscar aliento, otras veces para pedir ayuda en un dilema pastoral o teológico. Siempre que tengo preguntas acerca de la oración, o no comprendo del todo cómo se está moviendo en mi vida el Espíritu, rezo y busco orientación de Teresa.

Aún los enredos propios de Teresa con Dios (una vez, cuando se quejaba de su sufrimiento, Teresa oyó que Jesús le respondía, “Es así como trato yo a mis amigos”, a lo que ella replicó, “¡Con razón tienes tan pocos!”) me dan la seguridad de que mis esfuerzos no son fuera de lo común y de que existe un camino a través de la oscuridad.

Si bien he conocido a Teresa por muchos años, sigo descubriendo cosas nuevas sobre ella. Hace poco leí un libro con sus cartas. Ellas revelan a una mujer que estaba profundamente comprometida con la vida contemplativa pero que, forzosamente, estaba envuelta en lo que un comentarista llama “un remolino de actividades”. En ocasiones este remolino la superaba. Teresa escribía, “Con tantas obligaciones y problemas . . . me pregunto cómo puedo soportarlos”.

Como una hermana religiosa puedo identificarme con este equilibrar constantemente la oración, el ministerio, y la vida comunitaria. Es a la vez una alegría y un desafío vivir esta vida. Cuando vivimos nuestro verdadero llamado—ya sea a la vida religiosa u otra forma de vida—Dios nos llama a lo mejor de nosotros mismos. Vivir nuestra vocación a menudo requiere fuerzas y dones que ni siquiera sabíamos que teníamos.

Estoy segura de que en más de una ocasión Teresa se sorprendió al ver cómo se resolvían las cosas, o qué caminos se abrían que ella difícilmente hubiera imaginado. Tal vez uno de los mejores consejos que Teresa me haya dado es confiar siempre en Dios, aún cuando las cosas son arduas o confusas. Ella me recuerda que la fuerza de voluntad es realmente una virtud y una necesidad en la vida de la fe.

“Ten gran confianza”, escribió, “porque es necesario no contener nuestros deseos, sino creer en Dios que si lo intentamos, poco a poco, aunque no sea pronto, alcanzaremos el estado que alcanzaron los santos con su ayuda. Porque si ellos no hubieran tenido la perseverancia de desear y buscar este estado poco a poco en la práctica, nunca se hubieran elevado tan alto.”

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